Washington DC,
5 de noviembre de 2008
Con más de 75 millones de votos a su favor –la cifra más elevada en la historia– Barack Obama se consagró como el primer presidente negro de los Estados Unidos en casi 220 años. ¿Cómo será su gobierno?, ¿otro mundo es posible?.
Dos caminos
Esta elección presidencial, tal vez la más trascendental para el pueblo estadounidense desde aquella primera en 1789 cuando George Washington era elegido como el primer presidente, ha marcado una serie de acontecimientos que ya comienzan a imprimirse en los libros de historia.
Ayer, no sólo estaba en juego quién conduciría el país durante los próximos cuatro años, sino también dos proyectos de gobierno absolutamente opuestos:
Por un lado, el modelo republicano, representado por el ex prisionero de guerra en Vietnam, John McCain. De estilo conservador y partidario de continuar una gran parte de las políticas internacionales de George W. Bush. Entre sus discursos puede subrayarse su postura respecto a la invasión de Irak, apoyada por él desde el comienzo (y aún hoy, cuando se le pregunta si vale la pena continuar esta guerra, responde: “Cien años, si fuera necesario”.
Por otro lado, el joven demócrata Barack Obama, de 46 años de edad y reconocido por su marcado interés en problemáticas como el desempleo y la pobreza.
Esta preocupación por el bienestar común fue lo que, en un principio, a mediados de la década del 80, lo llevó a realizar diversos trabajos sociales en los barrios marginales de Chicago. Tiempo después, comprendió que para lograr un verdadero cambio debía involucrarse desde el campo legislativo. Fue así que, al concluir sus estudios de abogacía, comenzó su ascendente carrera política.
En torno a su personalidad idealista, descubierta masivamente en estos últimos años, se han desatado diversas polémicas. Sus detractores y opositores han llegado a catalogarlo de “Discursista Onírico”. Sin embargo, lo que nadie podría negar de Obama es su espíritu cuasi revolucionario. No sólo por negarse abiertamente a la invasión de Irak o por sus llamamientos a recuperar la esperanza y atreverse a construir un mundo mejor, sino, fundamentalmente, por algo que sacude aún más la estructurada política norteamericana: ser aspirante a un cargo que, en casi 220 años, y luego de que se sucedieran 43 presidentes, jamás había sido ocupado por un afroamericano.
El dilema
Todo lo dicho explica que los comicios de ayer no hayan resultado para nada sencillos. Más aún cuando se debe elegir un presidente que sea capaz de lidiar con la oscura herencia de su antecesor: probable recesión, crisis económica, política exterior, Irak, Afganistán, salud, empleo, entre otras prioridades. Y si bien Obama se perfilaba como una clara opción de cambio y aire renovado para llevar adelante tantos desafíos, no todos parecían convencidos de su capacidad de liderazgo, dada su escasa experiencia en cargos de gobernación.
No obstante, pese a la gran cantidad de indecisos hasta último momento, la ciudadanía se volcó masivamente a las urnas, como nunca antes, llegando a una cifra récord de participación con más de 130 millones de sufragantes.
Y contrariamente a los pronósticos y las encuestas, lo que parecía imposible ayer finalmente ocurrió: Obama arrasó en las elecciones llevándose el 60% de los votos y una aplastante victoria frente a su competidor, Jhon McCain.
Sólo en América
La llamada Tierra de las oportunidades, donde todos los sueños se hacen realidad, parece ser, además de una frase muy bonita, una teoría que hoy se hace más creíble con el triunfo de Obama, Barack ¡Hussein!
Sin embargo –hay que decirlo– esta creencia sobre la igualdad de oportunidades no ha sido demasiado convincente a lo largo de los años. Se comprobaría fácilmente si tan sólo se repasara la historia del país por unos minutos. Alcanzaría para que uno tomara con pinzas el optimismo que por estas horas sobrevuela en torno a la figura del nuevo presidente. Uno tendría que preguntarse, inevitablemente: ¿se atreverá a cumplir sus promesas de campaña?, ¿lo dejarán?.
En un país que desde sus cimientos fue construido por inmigrantes, y que aún hoy resulta tan diverso, todavía no se ha logrado acabar con la discriminación religiosa, de piel o cultural. Aún hoy, cuando ha evolucionado velozmente en su escalada tecnológica, es paradójico comprobar que continúa detenido en el tiempo en lo que se refiere al respeto por las diferencias, la diversidad y la pluralidad. Dividida en su propia casa, la actual primera potencia mundial hace mucho más evidente estos problemas cuando traslada sus prejuicios al ámbito internacional, fabricando guerras que denotan su intolerancia y racismo, matando y torturando con una frialdad escalofriante.
Probablemente, combatir con este dramático escenario sea el desafío más urgente que, a partir del 20 de enero de 2009, tenga el flamante recién electo presidente. Ojala así sea, y que este paso logrado con su triunfo sea el primero hacia ese otro tan deseado mundo posible.
NOTA ACLARATORIA |
Hoy, 29 de febrero de 2008, es el día de mi cumpleaños número 28. Faltando 9 meses para la elección presidencial, y todavía sin conocerse quién representará al Partido Demócrata, pensé este artículo como un autoregalo, un sueño que quisiera se haga realidad. Espero no ofender a nadie y que simplemente se interprete como un deseo personal. |
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